La vida de vez en cuando.
De vez en cuando la vida nos besa en la boca y a colores se despliega como un atlas. Esto es lo que empieza contando la canción que felizmente me lleva rondando un par de días la cabeza.
Son los dos mismos días en los que amanece una hora antes para darnos una falsa esperanza y los que a eso de las seis de la tarde se cobran su venganza a golpe de oscuridad. Esos dos mismos días en los que bajo al trastero el calzado de verano, cuelgo de las perchas la ropa de invierno y, en esa tarea, intento dejar en suspenso mi heliofilia hasta marzo al menos.
Esta vez han coincidido estos dos recurrentes días con otros puntuales y novedosos en los que aprendo a hacer raíces cuadradas con más tres décadas de retraso y en los que la enfermera de mi centro de salud me cita para celebrar como ella solo sabe mi recientemente cumplida nueva década.
Y tu, Carles, dicen que te nos has marchado a Bruselas. Nosotros nos quedamos aquí. Como termina la canción, chupando un palo sentados sobre una calabaza.
Vendo piel de oso.
Apiñados en la cubierta de muy pocos metros cuadrados para muchos pares de pies. Un ligero empujón hacia fuera de los situados en el centro echaría por la borda inmediatamente a los ocupantes de los extremos. Alaridos, brazos hacia el cielo y gestos descontrolados que eran respondidos solidariamente y de igual forma por el gentío que presenciaba lo que iba sucediendo desde los muelles.
Sin embargo, esta vez, no habría tragedia. Seguro. Protección Civil, Cruz Roja, Policía Local, Ertzantza y Autoridad del Puerto habían desplegado zodiacs, motos de agua y barcos de salvamento para conformar un completo dispositivo de seguridad. Por si fuera poco, docenas de embarcaciones y otros ingenios que flotaban a duras penas también rodeaban al centro de las miradas de la multitud, que avanzaba sin motor ayudado por la corriente y por un remolcador al que se ataba. El rojo y el blanco dominaban en caras, ropas, barcos, orillas y balcones.
La Gabarra volvía a surcar la Ría del Nervión.
Nota: Vendo piel de oso (lo cazo mañana).
Carpintero de ribera
Le había costado lo indecible construir aquel barco. Aunque confiaba en su destreza y conocimientos, era consciente de que aquella no había sido su mejor obra. La embarcación sólo navegaría con garantías sobre aguas tranquilas y en días de meteorología amable, cuando sobre su cubierta podrían compartir no demasiadas millas sus dos únicos tripulantes. No disponían tampoco de mucho tiempo para cruzar océanos juntos. De hecho, aquel recién botado barco iba a ser al mismo tiempo el último para su padre y el primero de su hijo.
Baldío empeño.
No le quedaban ganas ni recursos. Lo había intentado ya por todos los medios a su alcance. Aplicó todas las estrategias y metodologías posibles; las que conocía y las que aprendió sobre la marcha en pos de su objetivo para, finalmente, rendirse. Licenciado en Ciencias Exactas, Doctor en Pedagogía y Máster en Didáctica de las Matemáticas, sí, pero ahora también absolutamente deprimido y derrotado.
Desde finales de Junio poniendo todo su empeño y hoy desistía. Renunciaba. Hasta aquí había llegado. Asumió al fin que el perchero nunca aprendería a dividir.
Periñaca
Yacía, con su uniforme blanco ensangrentado, rodeado de trozos de patata, pimiento y atún que manchaban la cocina del restaurante. Antes de llamar a la policía y confesar el crimen, su compañero, con el cuchillo todavía empuñado, seguía mascullando sin mirar el cadaver: «Periñaca, Se dice periñaca. Piriñaca lo dirás tú en tu casa».
En el acto.
Entré en la tienda y pregunté: ¿Hacéis fotos «en el acto»?
La dependienta, al mismo tiempo que empezaba a desnudarse, me respondió: «Sí, pero tendrá que ser un selfie, porque yo soy la única empleada».
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